
“Los mayores nos enseñaron que la vida del Árbol, es la vida del Pueblo. Si el Pueblo se aparta mucho de la seguridad del Árbol, si olvida comer sus frutos, o si se vuelve contra el Árbol y lo trata de destruir, una gran tristeza caerá sobre él. Muchos se afligirán. La gente perderá su poder. Dejará de soñar y de tener visiones(…) Olvidarán como vivir en su propia Tierra (…) Los que nos precedieron dijeron que estas cosas sucederían, pero también dijeron que el Árbol no moriría jamás. Y mientras viva el Árbol, vivirá el Pueblo. Dijeron que llegará un día en el que el Pueblo despertará de nuevo, como de un largo sueño producido por una droga; empezará de nuevo a buscar el Árbol Sagrado. Al principio su búsqueda será temerosa. Pero poco a poco, entenderá que importante es. “
Consejo de Ancianos de America del Norte. “El Árbol Sagrado”

Hoy se ha presentado un manifiesto en Iruña, en el que músic@s vasc@s y también gente como yo, hacemos un llamamiento en defensa del himno de Iparaguirre, Gernikako Arbola, como símbolo de todos los territorios vascos, al modo que el Segadors o la Marseillesa lo es en otros territorios y para otros grupos culturales de personas.
Necesito hacer mi aclaración a ese manifiesto a través de este artículo. Porque firmo el manifiesto, pero no tanto porque me excite la emoción ver a los míos cantando una canción que los haga sentir vasc@s, si no porque el himno está dedicado a un Árbol. Y así me lo constató Jose Mari Esparza cuando me propuso aparecer con mi firma en el manifiesto y yo le expuse mis dudas de defender un himno, con lo poco que me gustan esos símbolos. Pero eso me convenció. Si. Estoy en ese manifiesto porque la canción del Bardo está dedicada a un Árbol Sagrado.
Tras la última glaciación, todos los territorios de lo que hoy conocemos como Europa estaban cubiertos por bosques. La lluvia los alimentaba, y ellos alimentaban la lluvia, porque un bosque con la suficiente extensión, genera sus propias precipitaciones. Retenían el agua y creaban manantiales. Esos árboles sujetaban el suelo, y creaban suelo. Producían frutos y medicinas. Daban cobijo a numerosas especies animales. A l@s primates desnudos, nos regalaba leña, porque sabíamos manejar el fuego.
Podemos imaginar fácilmente como nuestr@s antepasad@s también formaban parte de ese bosque. Hoy en día sin embargo, poca gente, yo no, desde luego, puede siquiera imaginar hasta donde llegaba el sentimiento de esa pertenencia al bosque. Dicen que los perros ven con el olfato. He intentado imaginar que puede suponer eso de andar a oscuras y no perder la orientación. Algo así debe ser la diferencia de percepción que podemos tener hoy l@s Vasc@s respecto a lo que nuestr@s Antepasad@s podían ver cuando miraban ese bosque del que formaban parte, como otro animal más. Se calcula que hoy solo queda un 1% de ese bosque en el que nos hicimos human@s, sedentari@s, espiritual@s.

Las personas hacemos sagrado aquello que nos da la vida. Por eso hoy el dinero es sagrado, porque con el comemos, bebemos, vivimos y hasta disfrutamos. Sin embargo, este modelo es un espejismo. A pesar de todo el desarrollo tecnológico humano aplicado a la agricultura, seguimos necesitando la tierra, el agua, el sol, y la energía, sea la fuente que sea, para tener que comer. Seguimos siendo Hij@s de la Tierra, a pesar de haber arrasado la Selva Europea.
Nuestr@s antepasad@s estaban más conectadas a esta realidad irrefutable que nosotr@s. Y en la visión que construyeron con el mundo que vivían, adjudicaron a esos árboles un valor sagrado. Y por eso, los árboles grandes eran templos. Eran Pueblos de la Selva, puesto que sentían que a ella pertenecían. Nuestr@s Antepasad@s sentían el árbol como parte de sí mismos, y esto quedó reflejado en el euskera, donde se comprueba que aquella gente denominaba igual las partes del árbol y las del cuerpo. Así Izerdi lo mismo es Sudor y Savia. Gerri, tronco y cintura. Besoa, brazo, rama. Adaburu, cabeza de la rama (o copa del árbol). O Adabegi, ojo de la rama (o nudo).
El Arbol es un ser trascendental para alguien que necesita el Bosque para sobrevivir. Y ahí es donde debemos situar el origen del himno de Iparaguirre. Desde que nos hicimos Pueblo hasta que Iparaguirre en 1853 escribe su canción, el árbol tenía un significado especial para nosotr@s. Hemos perdido la memoria chamánica que poseían nuestros ancestros, un mayor conocimiento y relación con los árboles y los lugares. Pero esas comunidades humanas otorgaron un valor totémico a los árboles, es decir, un valor de unión comunitaria y por tanto, legitimidad política de esa comunidad. Por ello, celebraron sus ritos y concejos alrededor de unos árboles, lugar donde se tomaban las decisiones consensuadas comunes. Para nosotr@s, la Batzarra. En ella se expresaba, como dice su etimología, la ACCION COMUN. Y esta acción se expresaba a su vez en una acción complementaria, el AUZOLAN, que significa, por la diferente concepción que se tenía de VECINDAD y TRABAJO a la que tenemos hoy desde el universo urbano burgués, TAREA EN COMUNIDAD.

Debemos situarnos en esas comunidades rurales, comunicadas por caminos de pezuña, en las que las necesidades de “obra pública”, construcción de abrevadores, vallas, muros, puentes, veredas, cosechas, y su mantenimiento, no podían depender de largos procesos administrativos ni por supuesto, de voluntades fuera de esa comunidad. Esas comunidades se tenían a sí mismas para sobrevivir, y sabían, mejor que nosotr@s, que solo unid@s aseguraban la supervivencia común. Dentro de estos batzarrak debió existir un grupo, seguramente adult@s con posibilidades de realizar esos trabajos, que podríamos considerar el “poder ejecutivo”. Y seguramente en esos grupos se construyera un liderazgo local, “natural”, con aquell@s que más sabían o que mejor solucionaban o comunicaban. El lugar, sagrado, daba a los acuerdos un carácter oficial, de compromiso con la comunidad, que a su vez estaba presente, como testigo en la toma de esos acuerdos. La palabra tomada en ese lugar, con el árbol presente, y delante de toda la Comunidad, era ley, derecho y obligación.
Desde esa democracia hasta hoy ha habido un gran proceso de especialización, profesionalización, representación y centralización que ha mutado el modelo político en uno representativo, hoy en franca decadencia, que ha alejado la capacidad de decisión de la ciudadanía. Las comunidades han perdido participación política y capacidad de acción común. Pero la situaciòn histórica exige reconstruir esas capacidades y estructuras políticas locales, porque el reto histórico, hoy, exige la participaciòn de toda la gente.
Para l@s Vasc@s, el Árbol de Gernika es la imagen del árbol de concejo por excelencia. Pero ese árbol en concreto es, sobre todo, el último testigo de una época en que las comunidades se organizaban políticamente alrededor de un árbol sagrado. Este árbol es el cerro testigo de la Democracia Vasca, una organización política que partía de la comunidad y que celebraba sus actos y ritos en muchísimos árboles de toda Euskal Herria, y así mismo, de toda Europa.
Así pues, además de cantar al árbol, con toda su simbología, hoy vascas y vascos debiéramos aplicarnos en recuperar esos espacios comunales, alrededor de un árbol o dentro de una sala en medio de un barrio urbano, en cada una de las comunidades que somos. Porque esa, como siempre, va a ser la auténtica democracia participativa, y no lo que emana desde el Gobierno Vasco, el Navarro o el de Iparralde y que es esencialmente diferente, representativa, delegada, ya que la dirección del poder de decisión transcurre desde instancias superiores hacia las unidades mínimas políticas, resultando de ello infinidad de imposiciones, equivocaciones y directamente delitos. Y la DEMOCRACIA solo tiene un origen, desde las decisiones de las personas consensuadas hacia el común. Y el papel de las estructuras supra locales debe ser esencialmente de arbitraje, coordinación y unión de las fuerzas locales.

Ahora mismo las comunidades, rurales y urbanas, son grupos de personas que viven juntas, pero no llevan una dirección común local. No tenemos visión consensuada de nuestras situaciones, necesidades, recursos, objetivos. A pesar de que los problemas sociales son muchos y algunos muy graves y nos exigen actuar hoy, unid@s, tomando responsabilidad e iniciativa. No hemos aprendido una capacidad básica en la democracia participativa: La actitud individual de DESEAR aportar al común. Nos parece engorroso, no sabemos y la entorpecemos con nuestras limitaciones personales, que son auténticos agujeros negros de incapacidad democrática. Nuestras pequeñas comunidades, rurales o de vecinos, arrastran estirpes de conflictos que nunca nadie supo resolucionar. Enquistados, impiden la creación de comunidad. La acción común.
El enemigo de la democracia vasca no es unicamente el estado español ni su solución pasa exclusivamente por cantar algo todos a una. Un problema esencial es que, mirando a nuestro pueblo desde el árbol, no existe la batzarra, ni su legitimidad, otorgada por toda la comunidad, ni su capacidad de acción, por nuestras limitaciones democráticas profundas. Por eso hoy firmo ese manifiesto, no a favor del valor simbólico de un himno, sino en el deseo de que en cada comunidad brote la conciencia del árbol de concejo, la semilla profunda de la casa común vasca. Y despierte la responsabilidad individual de dar lo mejor de cada cual para poder reconstruirnos como hij@s de esos árboles, es decir, Batzarra, o lo que es lo mismo, la Democracia Participativa Vasca.